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PÍFANO NUEVE

TRÍADE (Los Trastámara)

"NO APARCAR, LLAMO GRÚA" ezine (Garven)

PÍFANO OCHO

PÍFANO SIETE

PÍFANO SEIS

PÍFANO CINCO

Cuatro primeros PÍFANOS

LA BERCEUSE

- ¿Estudios superiores? –

- Sí. –
- Bien. Leandro, comienza usted el lunes de ocho a tres; ya le comenté que tiene que venir un sábado al mes de nueve a dos. Su salario oscila entre los setecientos y setecientos cincuenta euros más dos pagas extras, se lo concretaré esta tarde. Nada que no supiera, Leandro. Aguarde afuera con su compañero; el encargado les mostrará la fábrica. Firme aquí…gracias. –
Obedeció como un corderito a aquella secretaria socarrona pero educada, y esperó en una salita de estar decorada con mal gusto. Pensativo, se acicalaba la barba con la mirada perdida, no sintió la presencia de su compañero, barbudo y cincuentón también como él. Éste se acercó sigiloso a Leandro, aspirando aire para arrancar una conversación:

- …empezamos el lunes, pues. –

Leandro, se sobresaltó con desgana.

- ¡ah!, sí, disculpe…el lunes…los dos. Yo soy Leandro. ¿Usted también va a “máquinas”?. –

- Sí, operario como usted…yo soy Antonio –

Y se acoplaron las manos con firmeza. Uno advirtió que el otro apretaba demasiado. El otro notó de éste, cierta aspereza en los dedos.

Apareció en la salita un señor con bata blanca, mirando una libreta a través de unas gafitas que bailaban en la punta de su nariz. Alzó los ojos sin levantar la cabeza:

- ¿Leandro?, ¿Antonio? –

Preguntó señalando a los neófitos y continuó:

- Soy Manuel, el encargado; vamos a la fábrica…síganme, por favor.. –

Siguieron a aquel hombrecito de piernas cortas pero de vivarachos pasos que hacían volar la bata. Subieron por escaleras metálicas, bajaban por rampas de piso de goma, por largos pasillos que finalizaban en portones de mármol con ventanales redondos. Un sonido continuo (snafk, chumbu, chumbu,…snafk, chumbu, chumbu) algo horrísono, les anunciaba la cercanía del lugar de trabajo.

El último portón les abrió a una enorme nave estructurada con numerosas vigas de hierro, por las cuales encajaban los engranajes de modernas máquinas en movimiento. Se reafirmaba el sonido a un volumen desagradable pero con cierto ritmo simpático. Olía a pescado fresco. Unas vagonetas basculaban toneladas de pececillos muertos sobre un gran embudo. Por una rampa móvil aparecían los pescados ordenaditos en filas de a doce, para después desaparecer tras unas cortinas de lona negra.

El encargado dejó que aquellos dos hombres observaran. No está de más un puntito de intimidación o la admiración (al menos estética) que pueda producir una cadena de trabajo en una gran nave industrial. Leandro asentía con la cabeza, volvió en si y miró a aquel hombrecito de blanco esperando estas instrucciones:

- mirad este es vuestro puesto en la fábrica, uno a cada lado de la cadena –

Sobre una banda movida por rodamientos avanzaba un ejército de latitas doradas vacías.

- Debéis observar que en cada lata, aquella máquina de suministro deposite ocho anchoas en cada una…mirad, estas alargadas son para los boquerones. ¡Ojo con los boquerones!, que no rebasen la lata. Si observáis alguna anomalía, paráis la máquina, aquí, en la palanquita roja…levantáis la lata o retiráis la anchoa…lo que proceda. El vertido de escabeche es trabajo del sector “c”… En fin, les espero el lunes a primera hora en los vestuarios. Practicaremos, descuiden…

Les acompaño a la salida, síganme -.

Sucinto pero directo, alzando la voz para vencer los alaridos del son maquinal de la fábrica, el encargado proyectó los preceptos del trabajo en el silencio de los dos contratados. Con un repetitivo “hasta el lunes” dejaron a D. Manuel en la nave de producción.

Una vez en los aparcamientos, cerca de la salida, Leandro sacó sus llaves del bolsillo.

- Antonio, si va usted a Aluche; le acerco –

- Joder, pues sí. Gracias. Otra cosa: ¡tutéame, coño! que somos compañeros –

Leandro sonrió.

Una vez sobre ruedas fuera del recinto industrial, Antonio, atusándose el pelo y rascándose la barba, de nuevo desgajaría el hielo:

- ¡bah! Leandro, ¿qué me dices?; en mi caso, ocho años en la Sorbona para amortajar anchoas y boquerones…la puta crisis. –

Miraba al que conducía, esperando una réplica. Pero Leandro no contestó; estaba ensimismado en el lenguaje del tráfico.

Antonio insistía:

- Tuvimos un imperio; mi padre fue el fundador de Supermercados Espar, amasamos dinero, mucho dinero. Terminé químicas y me enrolé con periodismo, que también terminé no hace mucho…¿conoces a Isabel Berceuse?... la de: .soldado de Nápoles que vas a la guerraaaa…; pues fue mi mujer; amasamos aún más dinero. Luego el divorcio y empezaron mis quiebras. Me dio por visitar puticlús, a lo Lautrec, follando, dibujando y exponiendo en bares marginales, hablando con críticos, escribiendo artículos… pero nada, no funciona este país ¡copón!... pero los estudios están ahí, joder, ahí…¡coño!. No me doy más de tres años en las anchoas, no me doy más… y me voy a los Estados Unidos, allí tengo contactos. ¡Los estudios están ahí, coño!...-

Siguió con la retahíla que a Leandro se le figuraba interminable. Llegaron casi al destino. Estacionaron cerca de un bonito parque y los dos, ahora camaradas, acordaron pasear hasta la hora de comer. Leandro mantenía a flote la cargada conversación de su amigo con un: «ya ves; joder; ¿ah, sí?; por Dios; no, si no tiene remedio…» hasta que decidió intervenir. Agarró despacio el brazo de Antonio, mirándole a los ojos. Éste algo extrañado enmudeció esperando alguna agradable sorpresa.

Leandro, valiente le dijo en voz baja:

- ¿Desde cuándo llevas mintiéndome?. Te engañas a ti mismo, bribón… ¡ay! sinvergüenza…-

Y acercándose a la boca barbada de su colega le dio un mordisquito en el labio.

Antonio aturdido confesó:

- Disculpa… todo yo soy mentira, me gusta mentir; sentir cómo me escucháis…ladronzuelo -

Acercándose a la boca de Leandro, la besó. Beso continuo, hurgándole las muelas con la lengua.

- No irás el lunes a la fábrica –

Comentó Antonio mientras le lamía el lóbulo.

- ¡ay! Mandanga, ni el martes… ¿De qué viviremos?-

Planteó socarrón Leandro.

Antonio sentenció en voz alta:

- ¡de las subvenciones!. -

Una vez desenredadas las barbas acordaron encerrarse en el garaje de Leandro, con el twingo como único testigo del cruce de dobermans. Cubriéndose de besos y ya en plena desnudez peluda, Leandro preguntó:

- ¿Quién va?-

- Yo mismo…- Respondió Antonio, arrodillándose sobre una sucia alfombra de lino, dejando las nalgas a la merced de Leandro. Éste susurró: - el templo de la verdad -.

Conocedores ambos, de que en el arte de dar por culo, no hay lugar para los embustes.

(Garven)

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