Cuando llegué a la cima
intrépida y absoluta
de la más soberbia montaña
fatigado por el esfuerzo
y empapado en sudor
miré a mi alrededor
desde tan generosa atalaya:
era tan vasta e ingrávida
la extensión que alcanzaba a ver
que el horizonte se difuminaba
en el azul del cielo
donde las nubes cabalgaban
como dragones voladores,
y me sentí infinitamente diminuto,
sobrecogedoramente afortunado,
desconcertado totalmente,
interrogante e interrogado.