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PÍFANO SIETE

PÍFANO SEIS

PÍFANO CINCO

Cuatro primeros PÍFANOS
EL ESOTÉRICO BELÉN DE LA ANCIANA DEL 4ºB.


“Levantaos, alzad la cabeza: Se acerca vuestra liberación”.
Evangelio según San Lucas 21,25-28, 34-36

El arte se nos presenta a veces desnudo y verdadero en cualquier rincón habitual de nuestra rutinaria vida. Camuflado para quienes lo esquivan; generoso y noble para quienes lo acompañan en sus mil variantes de pensamiento humano. No lo busquéis: él os encontrará y os hará sentir.
Precisamente esto quisiera relataros. De cómo el cerebro de una señora de ochenta y seis años, convivía con su genio creativo en una perfecta simbiosis.

En el mediodía de un invernal miércoles 26 de diciembre, terminada ya la jornada, regresé a casa: uno de los doce pisos de uno de los cientos bloques de millones de ladrillos y miles de vecinos. Como un programado robot de mirada mecánica, subía por las escaleras de mi portal sin ascensor. Sentí el sonido de unos pasos sordinos y unos suspiros resignados que provenían de alguna planta más elevada. Ya en la mitad del rellano del piso segundo, acerté mi sospecha. Era la señora Críspula; vecina del 4ºb. Subía pesada, agónica, asida a la baranda de madera que estrangulaba. Muy despacio, contando los escalones vencidos uno por uno. Sus piernas hinchadas hasta los tobillos se enrojecían por la sístole acelerada de su corazón octogenario. Portaba una pesadísima bolsa de la compra en la que se vislumbraban algunas frutas y hortalizas. La alcancé en seguida: -Buenos días, Señora Críspula…por favor, permítame…, agarré despacio su brazo cargado con la bolsa, y cogí su compra con el afán de ayudarla: no…no…deja…deja…¡uff!...¡uff!...gracias bonito, gracias hermoso…anda sí…¡uf!...gracias rey, ¡qué pena llegar a viejos, hijo!..¡ay qué pena! ¡ay qué lástima!.-. Respiraba la señora con un enmarañado resuello, recitando sus simpáticas frases zalameras. Yo la miraba sonriente, sin decir nada, subimos siguiendo su paso de procesión hasta llegar a su 4ºb.


Poco o nada sabíamos de su pasado, se diría que es eternamente anciana. Una vez que el constructor colocó su último ladrillo, como por una generación espontánea, Críspula ya habitaba su 4ºb; viuda y longeva. Recordaba a una de esas robustas abuelas del norte, de un lúcido rosa en la piel y una cabeza rizada de canas semejante a una nube de algodón. Normalmente, llevaba un precioso jardín de flores en blanco y negro sobre un fondo de luto eterno por vestido, holgado para su cuerpo gordote y fuerte. Su avanzada edad no sugería la cercanía de la muerte, sino la ternura de una dulce siesta de abuela. ¿Hijos?, ¿nietos?...por allí no iba nadie que no fuera ella misma con sus pesadas bolsas de la compra.


Con la canturrela de un incesante “ay que pena…ay que lástima…” Críspula sacó de su enorme monedero negro unas llaves. Y temblorosa abrió la puerta de su casa: - anda hijo, ya que estás…pon la compra en la encimera, hermoso…ay….ay -. Con mucho gusto accedí a su petición. Mientras alzaba la compra me hizo una pregunta, que se me figuró sinestésica: << ¿sabes que el canto del cárabo es parecido al llanto de una niñita perdida en el bosque?>>. Desconcertado, respondí: -¿eh?..¡ah!...sí…algo sé…bueno, en fin señora…- Ya en el pasillo dispuesto a marcharme, pude ver, al otro extremo lo que parecía el salón-comedor. Una tenue lucecilla solar, anaranjada por el filtro de las cortinas cerradas que cubrían el cristal del balcón, iluminaba despacio algo parecido a lo que podría ser un tradicional portal de Belén, montado ya sobre una mesita redonda: - montó el portal, señora…- dije antes de abrir para irme. –Sí, sí…ven, ven , ven hermoso, espera…mira…mira-. Me cogió del brazo y me guió hacia su salón; en penumbra; silencioso y oscuro como una cueva. Sin embargo aquello no invitaba al miedo; sino al descanso. Con su eterna retahíla de –ay que pena…ay que lástima…- Doña Críspula abrió las cortinas de una brazada. De inmediato un grito de luz me despertó a una clara visión:


Sobre una ya confirmada mesita redonda, con no más de un metro de diámetro, sobre una bata azul cyan extendida a modo de mantel o tapiz, había un vergel de objetos y enseres, cotidianos y no tanto. Con una encendida ilusión, ante mi gesto de asombro, comprensiva, la señora comenzó a explicarme: -La bata es de mi marido…fue oficial de segunda en el Instituto Nacional de Industria…esta bata es el mar muerto…-. Unos tubos vacíos de “Redoxon forte”, sujetaban a modo de pilares una caja de ampollas en la que claramente se leía “Ambilipatil reniax 500”. Era un Palacio, sin duda. – El templo de Salomón- decía ayudándome a imaginar. Estiraba su dedo índice y seguía describiendo aquella instalación: -Eso es Alejandría- se refería a un montoncito de tubitos de cristal, de esos que se utilizan para los análisis de sangre, con sus taponcitos de goma roja. Flanqueados por dos botellas de tinto vacías. Tres cepillos y un peine enmarañados de pelos canos: -Los jardines de Nínive-. Rodeaban los tubitos de cristal unas cáscaras de nuez. Esparcidos por todo el plano, se encontraban unos naipes de nuestra baraja española: -La guardia de Roma-. Y presidiendo todo esto se hallaba una enorme peineta marrón con ribetes dorados, clavada en una gran masa seca de harina que hacía de base. Delante de ésta, tumbados, dos libritos: “Cómo defenderse en la calle sin armas” y “Don Esteban Pío-pío”, quise entender el mensaje de los títulos en este extraño contexto. Doña Críspula sentenció: -y eso…eso que miras es el Portal-.


La dualidad en mi cerebro era más que evidente. Por un lado risa, burla y locura. Por otro la genialidad de lo improvisado. Finalmente fundí mi pensamiento en una genial risa, burla y locura; Arte sin duda alguna, en su más desnuda forma… Me inundó una enorme alegría.
Asombrado, con un tono gracioso pregunté: ¿y el niño Jesús?... Mirándome, en silencio, pensativa, con una seriedad rara que me asustaba…hasta que reaccionó: Con precisión, se hurgó en la boca, dislocó su dentadura postiza y la sacó de allí…, una extensible y pastosa hilera de babas perseguía el corto viaje de la prótesis que finalmente depositó en el centro de la masa dura de harina, delante de la peineta marrón, entre los dos libritos… Y con una desdentada risa firmó su obra maestra.

(Garven).
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