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"NO APARCAR, LLAMO GRÚA" ezine (Garven)

PÍFANO OCHO

PÍFANO SIETE

PÍFANO SEIS

PÍFANO CINCO

Cuatro primeros PÍFANOS

APOCALIPSIADOS


Supongo que desperté, o más bien, resucité según lo anunciado. El caso es que al apartar la losa de mi tumba una luz cetrina y tenue me ofrecía la visión de mi carne desnuda pegada al hueso; una reencarnación de mí mismo en mis mejores tiempos mundanos.

Unas incesantes sacudidas hacían vibrar el suelo de la fosa. Los bancales más profundos guardaban los restos de mis antepasados. A pulso me alcé sobre los laterales de la sepultura y comencé a salir al exterior. Advertí que en toda la necrópolis se producía el mismo acontecimiento. El gruñido del deslizamiento de losas era un runruneo que teñía el silencio cándido del cementerio. Algunos cuerpos ya estaban fuera, entumecidos y extrañados, con el único uniforme de la piel sobre la carne viva.

Detrás de mí, con una agilidad pasmosa, salió mi padre; después mi abuela seguida del abuelo que no conocí hasta ahora. «Buenos días» dije a mis parientes; mi padre, sorprendido, soltó una carcajada que resonó entre aquella atmósfera cenicienta, se palpó la cabeza y tras comprobar su calvicie dijo: - no, si estos ya no resucitan – reímos de nuevo.

Sin duda la Tierra estaba vieja. Muerta quizás tras una larga agonía, cubierta por una neblina polvorienta de un pardo rojizo aplastante y un campo repleto de personas devueltas a esta extraña nueva vida. Bullíamos de las fosas como avispas terrizas, expectantes a un acontecimiento evidente: la tuba había sonado. No sentía calor ni frío; tristeza ni júbilo, ni el pisar los cardos con los pies desnudos causábame dolor ni herida. Todos teníamos un vago recuerdo de aquellos sentidos humanos que ahora no concebíamos; cubiertos con una carcasa de músculos renacidos y sanos; y un corazón que latía bajo un poderoso control remoto.

Nos agrupamos en gremios de familias y amigos, jactándonos de nuestro buen aspecto, hasta que el murmullo melódico del gentío lo rompió una niña subida en el rellano de un bonito panteón de mármol: « ¡ mirad, en el cielo ¡». Dijo señalando con su párvulo dedito recompuesto. Bajo un vuelo acrobático y ágil se acercaban por el aire como una veintena de enormes Ángeles. Con una velocidad de vértigo, tres descendieron a nuestra zona. Eran tres hombres alados, hercúleos, extraordinariamente altos y guapos, rubios de un oro cegador y de ojos azules fluorescentes, unas formidables alas de plata clavadas en sus anchas espaldas removían el polvo del suelo al más mínimo bateo. Con una buena dote entre las piernas imponían su presencia jurisprudente.

Acercándose con un paso elegante hacia nosotros, comenzaron a instruirnos:

- ¡ en fila de a tres! ¡ venga! – ordenaban en un perfecto castellano bizarro. Todavía pasmados nos movíamos lentamente intimidados por la presencia impactante de los Ángeles. Nos zarandeaban con prisa, voceando con un lenguaje directo pero con cierto mal gusto, no acorde con su divinidad estética:

- ¡ a la fila copón ¡ -. A más de uno nos despabilaban con una patada en el culo, «¿Y esto?» se preguntaba mi padre mirándome, ya formados en filas de a tres. Los centuriones malhumorados continuaban recomponiendo la sección humana: «¡que te pongas a la fila!, ¿pero tú eres tonto muchacho?...te pego un palo que te…» fruncían el ceño y apretaban los dientes empujando a brazadas a los más despistados.

Por fin una orden reveladora:

- adelante, ¡avanzad! -. Flanqueados por dos Ángeles que no nos quitaban ojo, más un tercero que sobrevolaba rasándonos las cabezas, comenzamos el éxodo.

A mí, la idea de la eternidad se me empezaba a indigestar como un plato repleto y frío de carcamusas revenidas. Nunca hubiera pensado en esto de esta forma.

Guiados por tres seres divinos nos agregamos, durante la ronda, a otra gran hilada humana custodiada también por Ángeles celestes; así una, y otra, y otra aún más larga. Hasta que la humanidad era ya una enorme procesión. Como era evidente que el destino sería el Tribunal anunciado en el Evangelio, la gente mascullaba conjeturas y justificados de sus acciones pasadas:



« - Digo yo que batallar en la guerra…no es asesinar…- »
« -No, si yo no he matao ni una mosca...-

-¿Y la hostia que me pegaste con to la mano abierta?…¡no te jode el tío!- »

« - Bueno…yo tuve que robar…pero en aquellos tiempos había necesidad…a ver si me entiendes… -

- Nos ha jodío…la misma necesidad tenía yo y me puse a trabajar en lo que fuera…¡lo que pasa es que has sio un gandul toa tu vida! -.

- ¡ay, si rabiaras!.- »

« - Toda una vida rezando…el Señor es sabio y escuchó mis plegarias…-

- Pues yo te he oído cagarte en Dios más de una –

- ¡Mariano…cosas tienes…que te oyen los Ángeles!.-»


« - Lo que sí es cierto que los niños son la gloria del Señor y serán salvados…-

- Mira Vicenta…que hay niños y niños…que ojo el por culo que ha dao tu sobrina cuando nos la encasquetaba tu hermano…-

- ¡Servilio, que son criaturas, coño!…- »



« - No, si aquí somos mu buenos tos ahora…¡nos ha jodío!...pero…vamos a ver el resultao. - ».



El examen de conciencia en voz alta del público hizo ameno el camino hacia el Tribunal. Éste estaba en lo alto de un cerro pelado, adusto pero esbelto. En el centro un trono labrado de madera sostenía la figura impactante del Magistrado, del Señor supremo “Ego sum lux mundi”. Acicalado con una preciosa túnica azul celeste con irisaciones doradas, de ojos negro aceituna y tez morena, la barba le cubría todo el pecho y la melena centelleaba bajo ese cielo de un naranja constante. Sentado y con el sólo movimiento de su mano derecha iba decidiendo la orientación de los que se le acercaban guiados por los Ángeles sin mediar palabra alguna: Los condenados a su lado izquierdo eran inmediatamente esposados y amordazados, posteriormente arrojados a unas fosas cavadas en la tierra, no muy lejos del lugar. Los salvados a su lado derecho eran cubiertos con un tisú bordado en oro a la espera del final del juicio, para después, seguramente, gozar de una eternidad quizás apetecible.

Nos tocó enseguida. Salvaron a mis abuelos, después a mi padre…ahora me tocaría a mí…: Aquel Pantocrátor clavó sus ojos hipnóticos en los míos como si revelara un código en un segundo. Al momento, con un movimiento semicircular señaló su lado derecho con su mano huesuda y bronceada.

Mi padre me abrazó mientras me colocaban el precioso brocado, me acerqué a su oído y le pregunté en voz baja: - ¿y este hombre…no sabrá lo del taller de costura en Benidorm?.- Apretándome el brazo y disimulando el gesto me dijo: - ¡ calla bobo ¡…ya fuiste a la cárcel por eso ¿no?...pues ya está -.



En fin…pues ya está.







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