Apoltronado en el sofá, en un ratito de silencio vespertino, con un revoltijo de lágrimas brotaron los recuerdos de mi fallecida esposa: Cuando moceábamos en la universidad yo lamía como un corderito su voz salada. Sus ojos azul Matisse. Se descarnaba en exaltadas letanías del movimiento obrero; dulce aderezo para el colacao que tomábamos en la cafetería. Y aquella primera vez:…Cuando me tenía desnudo en aquel tresillo de felpa rosa. Con la plétora del divino tesoro de la juventud, se quitaba las bragas hablando de las reformas en las leyes sociales. Luego citaba a Trotsky acariciándome el pecho…Y una vez que estaba todo rojo, cabalgábamos juntos por las estepas de la Rusia comunista.